La imagen es cifra de la condición humana.
Octavio Paz
En términos muy generales, las palabras son una representación de los objetos; en un sentido más acotado, no son una etiqueta que ponemos a las cosas, sino la forma a través de la cual habitamos el mundo. Nombrar, darle un aspecto sonoro a la realidad, implica reconocer la distinción de, al menos, dos posibilidades: una realidad interior y otra externa. Los poemas de Felipe García Quintero nos invitan a redefinir, a renombrar, la naturaleza con imágenes; su mirada cuidadosa detiene la vertiginosidad de la vida moderna para cuestionar la fidelidad del lenguaje y la de su significado. García Quintero, con Algún latido (Valparaíso, México, 2016), hace notar que la realidad interior también es plural, y de ningún modo ajena, cuando se dice a través de la poesía.
Digo que es un poeta de la imagen, pero ¿qué es la imagen poética? Lejos de intentar una respuesta minuciosa a semejante pregunta, prefiero agregar más cuestionamientos, decir que la imagen es por sí misma una realidad. La interrogación acumulada, en este caso, abre un sendero para la visualización, nos ayuda a hacer tangible la naturaleza intangible de la imagen, siempre dependiente de la imitación. Tendríamos que distinguir entre dos tipos de imágenes: primero, unas que re-presentan, que son el resultado de la percepción; después, otras que son creadas sin el contacto directo con los objetos, no son el resultado de la observación o de la actividad de recordar, sino el asombroso producto de la imaginación.
Entonces, ¿qué implica acudir a las imágenes en la creación poética? Veo, de nuevo, al menos dos caminos: podríamos decir que el interés está puesto en el proceso —sí, siempre cambiante y nunca absoluto— durante el cual los objetos son aprehendidos por la razón, son percibidos para hacer de ellos una experiencia de la vida, nos interesa la psique; o podríamos decir que lo más importante para un poeta de las imágenes es hacer visible la correlación entre los objetos. ¿Cuál de estos dos últimos escenarios prefiere García Quintero? invito al lector a descubrirlo.
El escritor, decimos con frecuencia, es un creador de realidades y toda imagen es una realidad que refiere un tema, un campo solidario y la configuración de los márgenes que lo contienen. Pero aquí la imagen, y no la mímesis, es el objetivo último porque el poeta trae a primer plano la palabra en su amplio semblante de interconexión, de sugerencia: las palabras son más importantes que los objetos que designan. Si la atención está puesta en el lenguaje, ¿no es esta una manera de resistir el embate de un mundo vertiginoso y con frecuencia agobiante como el nuestro? El acto de enunciar ofrece un espacio donde la atemporalidad, la suspensión cronológica, combaten la angustia. En los poemas de Algún latido el universo se detiene, la imagen irrumpe en nuestro espacio contextual para desacelerarnos. Sin embargo, el sosiego que ofrece la palabra, como todo, es un espejismo porque una vez absortos en el acto de contemplación de los objetos, incluso de los más cotidianos, la realidad se revela inaprensible, inalcanzable; aquello que parecía ofrecernos calma revela un giro que da cuenta de este lugar que nos ha tocado vivir, el siglo XXI. Un poema como ‘Del rayo’ muestra cómo los objetos detenidos a través de la palabra se deshacen ante nuestros ojos:
Al viento pregunto y acude la sombra inexacta del eco.
De pronto el aire estalla: la brisa todo lo lleva tras el cielo, hasta esa mano hendida de la voz habitada por el recuerdo.
Es sentencia del cuerpo la claridad sombría del rayo.
Cómo no ver los blancos huesos del fondo iluminados.
El sentido de las imágenes de García Quintero, la significación de sus poemas, no está en aquello que refieren, sino en el universo interior dentro de la página. La inusitada relación entre tema, contexto y límites —características indispensables de la imagen— relata el diálogo simultáneo entre todos los elementos. Frente a estos poemas somos observadores del carnaval del lenguaje. Estos poemas son poemas de una doble ruptura: primero porque los objetos que se nombran se unen entre sí por un camino distinto al de la causalidad tradicional y, por otro, porque el poema, como un todo, muestra el desgarramiento del objeto real que refieren: el sentido va abriéndose camino entre los niveles de la configuración del poema. Las palabras al unirse entre sí para formar las imágenes que recrean el entorno van cambiando de matiz en cada paso, van modificando el sentido para hacer del poema un acto siempre inacabado donde la individualidad es solo una forma más de mostrar lo colectivo:
Sobre el piso llano el polvo nuevo. Minúsculo y pródigo su exceso.
Paso mi mano y lo palpo sin verlo. Detengo mis ojos en sus filamentos.
Lo siento latir, lo sacudo y estremezco. El polvo sin fin vuela:
Miro irse lo que soy por el aire, lo que soy al caer al suelo, la criatura a quien doy mi visión y mi aliento.
La palabra es una forma de habitar el mundo, es recorrer los laberintos que entretejen a todos y cada uno de los individuos y los objetos, es unificar y mutilar, es abstraer y contradecir. Donde existe una bifurcación entre lo que un objeto es, Algún latido prefiere lo que podría ser. ¿Una paradoja?, sí, porque todo poema es una contradicción que trae a primer plano lo absurdo, lo extraño, de eso que denominamos como lenguaje y nombramos como realidad. Si la creación del poeta describe la realidad, esta es una donde se niega para decir que sí, donde la alegoría nos obliga a ver el mundo desde el otro: la singularidad de García Quintero no es de ningún modo ajena a la nuestra.